La
originalidad de la fotografía con relación a la pintura reside por tanto en su
esencial objetividad. Tanto es así que el conjunto de lentes que en la cámara
sustituye al ojo humano recibe precisamente el nombre de “objetivo”.
Por
vez primera, entre el objeto inicial y su representación no se interpone más
que otro objeto. Por vez primera una imagen del mundo exterior se forma
automáticamente sin intervención creadora por parte del hombre, según un
determinismo riguroso. La personalidad del fotógrafo sólo entra en juego en lo
que se refiere a la elección, orientación y pedagogía del fenómeno; por muy
patente que aparezca al término de la obra, no lo hace con el mismo título que
el pintor. Todas las artes están fundadas en la presencia del hombre; tan sólo
en la fotografía gozamos de su ausencia. La fotografía obra sobre nosotros como
fenómeno “natural”, como una flor o un cristal de nieve en donde la belleza es
inseparable del origen vegetal o telúrico.
Esta
génesis automática ha trastocado radicalmente la psicología de la imagen. La
objetividad de la fotografía le da una potencia de credibilidad ausente de toda
obra pictórica. Sean cuales fueren las objeciones de nuestro espíritu crítico
nos vemos obligados a creer en la existencia del objeto representado,
re-presentado efectivamente, es decir, hecho presente en el tiempo y en el
espacio. La fotografía se beneficia con una transfusión e realidad de la cosa a
su reproduccion6.. Un dibujo absolutamente fiel podrá quizá darnos
más indicaciones acerca el modelo, pero no poseerá jamás, a pesar de nuestro
espíritu crítico, el poder irracional de la fotografía que nos obliga a creer en ella.
6 Habría que introducir aquí una psicología de la reliquia
y del souvenir que se benefician
también de una sobrecarga del realismo procedente del “complejo de la momia”.
Señalamos tan sólo que el Santo Sudario de Turín realiza la síntesis de la
reliquia y de la fotografía.
La
pintura se convierte así en una técnica inferior en lo que a semejanza se
refiere. Tan sólo el objetivo satisface plenamente nuestros deseos
inconscientes; en lugar de un calco aproximado nos da el objeto mismo, pero
liberado de las contingencias temporales. La imagen puede ser borrosa, estar
deformada, descolorida, no tener valor documental; sin embargo, procede siempre
por su génesis de la ontología del modelo. De ahí el encanto de las fotografías
de los álbumes familiares. Esas sombras grises o de color sepia,
fantasmagóricas, casi ilegibles, no son ya los tradicionales retratos de
familia, sino la presencia turbadora de vidas detenidas en su duración,
liberadas de su destino, no por el prestigio del arte, sino en virtud de una
mecánica impasible; porque la fotografía no crea –como el arte- la eternidad,
sino que embalsama el tiempo; se limita a sustraerlo a su propia corrupción.
En
esta perspectiva, el cine se nos muestra como la realización en el tiempo de la
objetividad fotográfica. El film no se limita a conservarnos el objeto detenido
en un instante como queda fijado en el ámbar el cuerpo intacto de los insectos
de una era remota, sino que libera el arte barroco de su catalepsia convulsiva.
Por vez primera, la imagen de las cosas es también la de su duración: algo así
como la momificación del cambio.
Las
categorías7 de la semejanza que especifican la imagen fotográfica
determinan también su estética con relación a la pintura. Las virtualidades
estéticas de la fotografía residen en su poder de revelarnos lo real. No
depende ya de mí el distinguir en el tejido del mundo exterior el reflejo en
una acera mojada, el gesto de un niño; sólo la impasibilidad del objetivo,
despojado al objeto de hábitos y prejuicios, de toda la mugre espiritual que le
añadía mi percepción, puede devolverle la virginidad ante mi mirada y hacerlo
capaz de mi amor.
7 Empleo el término de “categoría” en la acepción que le da M. Gouhier en su libro sobre el
teatro, cuando distingue las categorías dramáticas de las estéticas. Del mismo
modo que la tensión dramática no encierra ningún valor artístico, la perfección
de la imitación no se identifica con la belleza; constituye tan sólo una
materia prima a inscribirse el hecho artístico.
En
la fotografía, imagen natural de un mundo que no conocíamos o no podíamos ver,
la naturaleza hace algo más que imitar el arte: imita al artista.
Puede
incluso sobrepasarle en su poder creador. El universo estético del pintor es
siempre heterogéneo con relación al universo que le rodea. El cuadro encierra
un microcosmos sustancial y esencialmente diferente. La existencia del objeto
fotográfico participa por el contrario de la existencia del modelo como una
huella digital. Por ello se une realmente a la creación natural en lugar de
sustituirla por otra distinta.
El
surrealismo lo había intuido cuando utilizó la gelatina de la placa sensible
para engendrar su tetratología plástica. Y es que para el surrealismo el fin
estético es inseparable de la eficacia mecánica de la imagen sobre nuestro
espíritu. La distinción lógica entre lo imaginario y lo real tiende a
desaparecer. Toda imagen debe ser sentida como objeto y todo objeto como
imagen. La fotografía representaba por tanto una técnica privilegiada de la
creación surrealista, ya que da origen a una imagen que participa de la
naturaleza: crea una alucinación verdadera. La utilización de la ilusión óptica
y a precisión meticulosa de los detalles en la pintura surrealista vienen a
confirmarlo.
La
fotografía se nos aparece así como el acontecimiento más importante de la
historia de las artes plásticas. Siendo a la vez una liberación y una
culminación, ha permitido a la pintura occidental liberarse definitivamente de
la obsesión realista y recobrar su autonomía estética. El realismo impresionista,
a pesar de sus coartadas científicas, es lo más opuesto al afán de reproducir
las apariencias. El color tan sólo podía devorar la forma si ésta había dejado
de tener importancia imitativa. Y cuando, con Cézanne, la forma toma nuevamente
posesión de la tela, no lo hará ya atendiendo a la geometría ilusionista de la
perspectiva. La imagen mecánica, haciéndole una competencia que, más allá del
parecido barroco, iba hasta la identidad con el modelo, obligó a la pintura a
convertirse en objeto.
Desde
ahora el juicio condenatorio de Pascal pierde su razón de ser, ya que la
fotografía nos permite admirar en su reproducción el original que nuestros ojos
no habrían sabido amar; y la pintura ha pasado a ser un puro objeto cuya razón
de existir no es ya la referencia a la naturaleza.
Por otra parte, el cine es un lenguaje.
André Bazin - Qué es el cine
¿Cuál es el juicio condenatorio de Pascal?, ¿con respecto a la imagen?
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