miércoles, 22 de agosto de 2012

Los maestros del período mudo - Texto

David Wark Griffith fue el gran creador del lenguaje cinematográfico.
Consiguió “revolucionar” el séptimo arte con su peculiar forma de narrar las historias. En sus obras maestras "El nacimiento de una nación" (1914) e "Intolerancia" (1915), dividía el film en secuencias, mostraba acciones en paralelo, cambiaba el emplazamiento y el ángulo de la cámara, variaba los planos, usaba el flash-back o “salto atrás”. Pero, sobre todo, asumió que el montaje era el instrumento expresivo más importante con que contaba el cine; que no servía sólo para ordenar secuencias y planos, sino también para emocionar al espectador. Esa fue su principal aportación técnica al naciente arte.
Griffith consiguió influir a jóvenes cineastas tan lejanos, geográficamente, de los EEUU, como es Rusia. El triunfo de la revolución rusa en 1917 hizo pensar a sus dirigentes que el cine podía tener un destacado papel de adoctrinamiento ideológico y propagandístico. Así que pusieron manos a la obra para crear una cinematografía rusa con más tintes políticos que artísticos. Entre estos nuevos cineastas destacaron Dziga Vertov, Serguei M. Eisenstein -quien sorprendió al mundo con la fuerza de las imágenes y la magistral utilización del montaje en su película "El acorazado Potemkin" (1925)-, V. Pudovkin, autor de "La madre" (1926), y A. Dovzhenko, director de "La tierra" (1930). Se trata de productos de vanguardia y de experimentación formal.

En estas primeras décadas de cine surgen nuevos cineastas que están convencidos de que este nuevo medio de comunicación de masas también puede servir como vehículo de expresión de lo más íntimo del ser humano: sus anhelos, sentimientos, angustias o fantasías. Y además lo expresan con una estética innovadora, de auténtica "vanguardia". En Alemania, los estilos "expresionista" y kammerspiel sorprenden por sus productos ambientados en escenarios irreales o futuristas. "El gabinete del Dr.Caligari" (1919), de Robert Wiene, "Nosferatu"(1922), de F. W. Murnau, "Metrópolis" (1926), de Fritz Lang, o "M, el vampiro de Düsseldorf" (1931), también de Lang, son los títulos más representativos.
Este cine aparecido tras la derrota de los alemanes en la Primera Guerra Mundial (1914-1917) refleja sus angustias, desolaciones y contradicciones.
El país vive bajo la inestabilidad de la República de Weimar y de una gran crisis económica. El énfasis que pusieron en la iluminación -llena de contrastes entre el claro-oscuro, la luz y la sombra- será uno de los aspectos plásticos más innovadores.
Por el contrario, los cineastas nórdicos huyen de los interiores angustiosos y hacen de los exteriores, del paisaje, el escenario natural para sus dramas.
Destacaron gente como Sjöström, Stiller o Dreyer; éste último dirigió la obra maestra "La pasión de Juana de Arco" (1928). En el caso de Francia, Louis Delluc fue el principal promotor del impresionismo cinematográfico galo, corriente de vanguardia a la cual contribuyeron L'Herbier, Dulac y Epstein; éste último dirigió "La caída de la casa Usher" (1927). Al margen de este movimiento destacan también Abel Gance, autor de "Napoleón" (1927), y Jacques Feyder, director de "La Atlántida" (1921).
Por otra parte, el estilo "surrealista" busca expresar el subconsciente de manera poética. A este cine vanguardista contribuyeron dos españoles importantes: el cineasta Luis Buñuel y el pintor Salvador Dalí.
El cine americano apuesta más por el beneficio material que por la estética o la poesía visual. Una pequeña ciudad del Oeste americano, Hollywood, se había convertido en poco tiempo en el centro industrial cinematográfico más próspero de los EE.UU. Grandes empresas se reunieron levantando sus estudios donde, además de filmarse las películas, se "fabrican" las estrellas para interpretarlas. Un ingenioso sistema de publicidad crea una atmósfera de leyenda alrededor de los ídolos del público; los actores y las actrices se convierten en mitos. Es el caso de Lilian Gish, Gloria Swanson, John Barrymore, Lon Chaney, John Gilbert, Douglas Fairbanks, Mary Pickford, Mae West o Rodolfo Valentino. Se trata del Star System, sistema de producción basado en la popularidad de los actores por medio del cual consiguieron más beneficios. De aquí arranca la gran industria del cine estadounidense.
Durante la Guerra y aprovechando el descenso de producción en Europa, Hollywood se dedicó a dominar los mercados mundiales. La década de los años 20 fue la época dorada del cine mudo americano: espectáculo, grandes actores, diversidad de géneros... Entre éstos destacó el cine cómico: escenas con los famosos pasteles de nata, locas persecuciones, golpes de todo tipo, las bañistas...; todo ello invento de Mack Sennett que descubrió a Chaplin, Lloyd, Turpin, Langdon... Quizás como una reacción a las estrecheces que caracterizaron aquella época ten difícil marcada por las consecuencias de la Guerra. Pero serán dos cómicos concretos quienes harán universal el arte de hacer reír en la pantalla: Charlot y Keaton.
Payasos geniales y, a la vez, críticos con la sociedad tan deshumanizada en la que les tocó vivir, sus gags han hecho reír a niños y a adultos de diversas generaciones, en todo el mundo. De Charlot es "La quimera del oro" (1925) y de Buster Keaton "El maquinista de la General" (1926), entre otros muchos títulos destacados.
De los grandes estudios salen grandes producciones, algunas de ellas muy espectaculares como las que hacía el gran director Cecil B. de Mille, "Los diez mandamientos" (1923) o "Rey de Reyes" (1927); o bien obras maestras de cineastas extranjeros que se establecieron en Hollywood, como Erich Von Stroheim, autor de “Avaricia” (1924). Al gran De Mille lo veremos décadas más tarde repitiendo importantes títulos ya en cine sonoro.

Miguel Ángel Pérez Vidondo.
Pamplona, Enero de 2008















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