David
Wark Griffith fue el gran creador del lenguaje cinematográfico.
Consiguió “revolucionar” el séptimo arte con
su peculiar forma de narrar las historias. En sus obras maestras "El nacimiento de una nación"
(1914) e "Intolerancia"
(1915), dividía el film en secuencias, mostraba acciones en paralelo, cambiaba
el emplazamiento y el ángulo de la cámara, variaba los planos, usaba el
flash-back o “salto atrás”. Pero, sobre todo, asumió que el montaje era el
instrumento expresivo más importante con que contaba el cine; que no servía
sólo para ordenar secuencias y planos, sino también para emocionar al
espectador. Esa fue su principal aportación técnica al naciente arte.
Griffith consiguió influir a jóvenes
cineastas tan lejanos, geográficamente, de los EEUU, como es Rusia. El triunfo
de la revolución rusa en 1917 hizo pensar a sus dirigentes que el cine podía
tener un destacado papel de adoctrinamiento ideológico y propagandístico. Así
que pusieron manos a la obra para crear una cinematografía rusa con más tintes
políticos que artísticos. Entre estos nuevos cineastas destacaron Dziga Vertov, Serguei M. Eisenstein
-quien sorprendió al mundo con la fuerza de las imágenes y la magistral
utilización del montaje en su película "El
acorazado Potemkin" (1925)-, V.
Pudovkin, autor de "La
madre" (1926), y A. Dovzhenko,
director de "La tierra"
(1930). Se trata de productos de vanguardia y de experimentación formal.
En estas primeras décadas de cine surgen
nuevos cineastas que están convencidos de que este nuevo medio de comunicación
de masas también puede servir como vehículo de expresión de lo más íntimo del
ser humano: sus anhelos, sentimientos, angustias o fantasías. Y además lo
expresan con una estética innovadora, de auténtica "vanguardia". En
Alemania, los estilos "expresionista" y kammerspiel sorprenden por
sus productos ambientados en escenarios irreales o futuristas. "El gabinete del Dr.Caligari" (1919),
de Robert Wiene, "Nosferatu"(1922), de F. W. Murnau, "Metrópolis" (1926), de Fritz Lang, o "M, el
vampiro de Düsseldorf" (1931), también de Lang, son los títulos más
representativos.
Este cine aparecido tras la derrota de los
alemanes en la Primera
Guerra Mundial (1914-1917) refleja sus angustias,
desolaciones y contradicciones.
El país vive bajo la inestabilidad de la República de Weimar y de
una gran crisis económica. El énfasis que pusieron en la iluminación -llena de contrastes
entre el claro-oscuro, la luz y la sombra- será uno de los aspectos plásticos
más innovadores.
Por el contrario, los cineastas nórdicos
huyen de los interiores angustiosos y hacen de los exteriores, del paisaje, el
escenario natural para sus dramas.
Destacaron gente como Sjöström, Stiller o Dreyer; éste último dirigió la obra
maestra "La pasión de Juana de Arco"
(1928). En el caso de Francia, Louis
Delluc fue el principal promotor del impresionismo cinematográfico galo,
corriente de vanguardia a la cual contribuyeron L'Herbier, Dulac y Epstein;
éste último dirigió "La caída de la
casa Usher" (1927). Al margen de este movimiento destacan también Abel Gance, autor de "Napoleón" (1927), y Jacques Feyder, director de "La Atlántida " (1921).
Por otra parte, el estilo
"surrealista" busca expresar el subconsciente de manera poética. A
este cine vanguardista contribuyeron dos españoles importantes: el cineasta Luis Buñuel y el pintor Salvador Dalí.
El cine americano apuesta más por el
beneficio material que por la estética o la poesía visual. Una pequeña ciudad
del Oeste americano, Hollywood, se había convertido en poco tiempo en el centro
industrial cinematográfico más próspero de los EE.UU. Grandes empresas se
reunieron levantando sus estudios donde, además de filmarse las películas, se
"fabrican" las estrellas para interpretarlas. Un ingenioso sistema de
publicidad crea una atmósfera de leyenda alrededor de los ídolos del público;
los actores y las actrices se convierten en mitos. Es el caso de Lilian Gish, Gloria Swanson, John Barrymore, Lon Chaney,
John Gilbert, Douglas Fairbanks, Mary Pickford, Mae West o Rodolfo Valentino. Se trata
del Star System, sistema de producción basado en la popularidad de los actores
por medio del cual consiguieron más beneficios. De aquí arranca la gran
industria del cine estadounidense.
Durante la Guerra y aprovechando el descenso de producción
en Europa, Hollywood se dedicó a dominar los mercados mundiales. La década de
los años 20 fue la época dorada del cine mudo americano: espectáculo, grandes actores,
diversidad de géneros... Entre éstos destacó el cine cómico: escenas con los
famosos pasteles de nata, locas persecuciones, golpes de todo tipo, las
bañistas...; todo ello invento de Mack Sennett que descubrió a Chaplin, Lloyd, Turpin, Langdon...
Quizás como una reacción a las estrecheces que caracterizaron aquella época ten
difícil marcada por las consecuencias de la Guerra. Pero serán
dos cómicos concretos quienes harán universal el arte de hacer reír en la
pantalla: Charlot y Keaton.
Payasos geniales y, a la vez, críticos con la
sociedad tan deshumanizada en la que les tocó vivir, sus gags han hecho reír a
niños y a adultos de diversas generaciones, en todo el mundo. De Charlot es "La quimera del oro" (1925) y
de Buster Keaton "El maquinista de la General " (1926),
entre otros muchos títulos destacados.
De los grandes estudios salen grandes
producciones, algunas de ellas muy espectaculares como las que hacía el gran
director Cecil B. de Mille, "Los diez
mandamientos" (1923) o "Rey
de Reyes" (1927); o bien obras maestras de cineastas extranjeros que
se establecieron en Hollywood, como Erich
Von Stroheim, autor de “Avaricia”
(1924). Al gran De Mille lo veremos décadas más tarde repitiendo importantes
títulos ya en cine sonoro.
Miguel Ángel Pérez
Vidondo.
Pamplona,
Enero de 2008
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