Estallido del cine soviético
A la vieja Rusia de los zares llegó el cinematógrafo Lumiére en mayo de
1896, para rodar la coronación de Nicolás II. Poco después se presentó en
sociedad del modo más elegante, en una fiesta de caridad que presidió la
emperatriz Alexandra Feodorov-na, en el palacio Peterhof de San Petersburgo,
conquistando la admiración
de la Corte. Pero
su afianzamiento como espectáculo popular fue lento y laborioso, contemplado
con desconfianza por las autoridades y los censores. La policía ordenó en
1908 que no se estableciesen salas de cine separadas por menos de trescientos
metros y que sus programas debían finalizar a las nueve de la noche. Como
contrapartida, sabemos que los sectores sociales más privilegiados
convirtieron a Rusia en el primer cliente del mundo del cine pornográfico
francés.
Poco valor tuvo la producción de la Rusia prerrevolucionaria ,
convertida en una colonia del imperio de Pathé, con asuntos melodramáticos
inspirados en el cine danés y algún que otro pinito de aliento futurista. El
primer estudio del país no fue inaugurado hasta 1907 por el fotógrafo A. O.
Drankov, de San Petersburgo, que fue el mayor competidor de aquella sucursal
francesa. El cine zarista más significativo hizo gala de un decadentismo y de
una refinada extravagancia (Evgueni Bauer, Jacob Protozanov, el popular galán
Iván Mosjukin) que parecía empeñada en reflejar el ocaso histórico de una
aristocracia para la que ya
no había lugar en este mundo. Pero en 1917 el chispazo de la revolución prendió
en el inmenso país y en el mes de octubre los bolcheviques conquistaron el
poder, para iniciar la
primera experiencia socialista de la historia moderna.
El cataclismo revolucionario iba a afectar a todas las facetas de la vida nacional y el
cine, lógicamente, iba a renacer siguiendo un rumbo nuevo y original.
A Lenin no se le escapó la enorme trascendencia
social del cinematógrafo. En 1922 lanzó la consigna : «De
todas las artes, el cine es para nosotros la más importante.»
A principios de siglo, el 76 por ciento de la población rusa de
más de nueve años era completamente analfabeta. En 1917 la situación no había mejorado
mucho y es comprensible que, en estas circunstancias, el cine y la radio fuesen los
medios más eficaces de comunicación e información para las masas. El decreto de
nacionalización de la industria cinematográfica ,
en virtud del cual esta actividad pasaba a depender del comisariado de Educación del Pueblo, fue firmado por Lenin el 27 de
agosto de 1919 y al mes siguiente se creaba en Moscú la Escuela Cinematográfica del Estado (G.I.K.), bajo la dirección del
realizador Vladimir Gardin, que fue
por unos años el primer y único realizador del cine bolchevique. De
procedencia teatral, Gardin rodó en 1921 Hambre...
hambre... hambre... (Golod... golod... golod...) y La hoz y el martillo en las que intervinieron V. I. Pudovkin como ayudante y actor y el gran operador Eduard Tissé debutó como director de fotografía. De 1922 a 1924 trabajó en
Ucrania y su film más famoso fue La cruz
y el fusil (1925), de inspiración antirreligiosa. La Escuela dirigida por Gardin
estaba destinada a formar a los técnicos y artistas que habrían de levantar el
edificio del joven cine soviético, de modo que fue el gobierno bolchevique, por
lo tanto, el primer gobierno del mundo que
comprendió y reconoció la
importancia y función del cine en la era de la cultura de masas.
Kulechov
tenía tan solo dieciocho años cuando estalló la Re volución de Octubre y apenas dos de
experiencia como escenógrafo y ayudante de dirección. Pero su entusiasmo compensó
con creces su falta de veteranía y estuvo entre los operadores que se lanzaron
al frente a la caza de
noticias gráficas. Kulechov fue uno de los exponentes más característicos del
febril clima colectivo de revolución
industrial y utopía estética que dominó en los agitados años que siguieron
a la revolución.
Algún eslogan suyo, como el de «la producción
de un film no difiere de la construcción de una máquina»,
resulta altamente revelador del ambiente artístico de la
Rusia de aquellos años. Kulechov comenzó a
ejercer como profesor en el Instituto de Cine en 1921 y al año siguiente sus
energías vanguardistas cristalizaron en la creación de un célebre
Laboratorio Experimental, del que
saldrían discípulos de la
talla de Pudovkin
y de Boris Barnett. En este
Laboratorio realizó Kulechov sus «films
sin película», con fotos fijas, y demostró el poder creador del montaje
con un famoso experimento incorporado a todos los manuales de técnica
cinematográfica, en el que conseguía infundir cargas emocionales de diverso
signo a un único primer plano inexpresivo del actor Iván Mosjukin, según el
contenido de los planos que le yuxtaponía: un plato de sopa,
un niño, una mujer... También se entretuvo en «fabricar» una mujer ideal, fundiendo por la alquimia del montaje
partes anatómicas seleccionadas de varias modelos... Su película más importante
fue Las
aventuras extraordinarias de Mr. West en el país de los bolcheviques (1924),
sátira de las andanzas de un temeroso senador norteamericano por la Rusia soviética, que lleva
un cowboy de guardaespaldas, y que es víctima de los manejos de
una banda de rufianes.
También la excentricidad vanguardista y la fiebre renovadora presidió la
creación de la FEKS
(Fabrika Ekstentriceskovo Aktjora), o «Fábrica del actor excéntrico», fundada
en 1921 por Sergei Yukevich, Grigori Kozintsev, Leonid Trauberg y Georgij
Kryzitskij, que inspirada en los movimientos teatrales de vanguardia
incorporaba los recursos procedentes del circo y del music-hall a la
interpretación cinematográfica. Sus teorías fueron aplicadas por vez primera al
cine en la película Las aventuras de
Octobrina (1924), de Kozintsev y Trauberg,
con personajes fuertemente tipificados, al modo de la Commedia dell 'arte (el capitalista Poincaré,
la joven Octobrina, etc.), y que se presentó como una «caricatura-comedia
propagandística excéntrica». Los alardes experimentales fueron remitiendo
poco a poco en la producción del grupo FEKS y La nueva Babilonia (1929), de
Kozintsev y Trauberg, fue su obra de madurez, que resultó mucho más clásica.
Esta película sobre la Comuna
de París recreó sus imágenes inspirándose en artistas franceses: Daumier,
Manet, Degas, Renoir.
Animada por idéntico aliento renovador, pero en sus antípodas
estéticas, se situó la obra del operador y documentalista Dziga Vertov -otro de los «grandes» del cine soviético- que fundó
en 1922 y dirigió el noticiario Kino-Pravda (Cine-verdad),
en donde aplicó sus teorías extremistas del «Cine-ojo» (Kino-glaz), expuestas en
unos poemáticos manifiestos a la manera de Maiakowski, y cuya meta era la de
desembarazar a la captación de imágenes de todos sus artificios para conseguir
una inalcanzable «objetividad integral»,
que creía posible debido a la inhumana impasibilidad de la pupila de
cristal de la cámara. Cuando parafraseando a Marx declara Vertov que «el drama cinematográfico es el opio del
pueblo» no hace sino retornar a las fuentes mismas del cine, a la pureza
documental de las inocentes cintas de Lumiére. Por eso proscribe todo lo que
pueda falsear o modificar la realidad bruta: guión, actores, maquillaje,
decorados, iluminación... El «Cine-ojo»
de Vertov es, más que una proposición técnica, una actitud filosófica ante el
fenómeno cinematográfico.
Pero Vertov se mueve en el terreno de la pura utopía intelectual, porque la intervención del realizador a través
de la elección del encuadre y de los malabarismos del montaje, seleccionando y
cortando sus planos, imprime un sentido (siquiera inconscientemente) a la
realidad que maneja. Paralela a la noción de «Cine-ojo» será la de «Radio-oreja» (1925), cuya fusión
audiovisual anticipa el tan cacareado cinéma-vérité que se
redescubrirá en Francia treinta y cinco años más tarde. La influencia de Vertov
en la teoría y en la práctica del cine documental ha sido enorme, aunque sus
películas nos parezcan hoy curiosas piezas de museo: La sexta parte del mundo (1926), El hombre de la cámara (1929), Tres
cantos sobre Lenin (1934).
Pero el coloso del cine soviético, que lo arrancaría de su fase
adolescente para imponerlo como uno de los más avanzados del mundo, iba a ser Sergei Mijailovich Eisenstein. Nacido
en 1898 en Riga, hijo de un ingeniero y arquitecto de ascendencia judeo-alemana,
estudió en la Escuela
de Ingeniería Civil de San Petersburgo y frecuentó la Escuela de Bellas Artes.
Su descubrimiento del movimiento renacentista italiano y, en particular, de la
gigantesca figura de Leonardo da Vinci, fue una sacudida que hizo tambalear
seriamente su vocación científica. La lectura del ensayo de Freud sobre un
recuerdo infantil de Leonardo le impresionó hasta tal punto que pensó en
marchar a Viena para estudiar psicoanálisis con el profesor austríaco. Durante
la revolución tomó partido por la causa bolchevique, alistándose en 1918 en el
Ejército Rojo. En 1920 ingresó en la Teatro Obrero del Proletkult como decorador,
aunque no tardó en debutar como director. Influido por los movimientos
teatrales más avanzados (por Meyerhold y su teoría biomecánica, en primer
lugar), su vocación experimental le llevó a audacias tales como la de instalar
un ring de boxeo en el escenario para
representar El mejicano y a montar
la obra Máscaras de gas en una
auténtica fábrica de gas de Moscú. Esta imperiosa exigencia verista es la que
empujaría a Eisenstein a abandonar las convenciones del teatro, atraído por el
implacable realismo de la imagen cinematográfica, bajo la doble influencia de
Griffith y de Dziga Vertov. Toda su obra nacerá de un sabio compromiso y síntesis entre
el más crudo realismo documental y el simbolismo y expresionismo más barroco.
La primera aproximación teórica de Eisenstein al cine tuvo lugar en
1923, al publicar su artículo «El montaje
de atracciones», en donde postulaba el
empleo en cine de las «atracciones», estimulantes estéticos agresivos, de
naturaleza similar a los utilizados en los espectáculos circenses y de music-hall. Al año siguíente pudo ensayar en la práctica esta teoría
al rodar su primer largometraje. La
huelga (Stacka, 1924), que exponía la acción huelguística
de los obreros de una factoría metalúrgica, aplastada implacablemente en un
baño de sangre por los soldados zaristas. La potencia emocional
de La huelga nacía más de su
carácter coral —por vez primera la masa,
y no unos individuos, era protagonista de un drama cinematográfico—- que
de sus experimentos de «atracciones», a veces discutibles o desconcertantes,
que crean una curiosa amalgama de
realismo documental y metáforas simbolistas. En este sentido, su escena más celebre es la del de senlace, que muestra
en violento montaje alternado, la
brutal re presión zarista con imágenes sangrientas de reses
sacrificadas en el matadero. Con este autentico puñetazo visual, insólito y
pueril a la vez.
Eisenstein pulsa el sistema nervioso de los espectadores para
conseguir el arco reflejo que debe transportar al espectador, en sus mismas
palabras, «de la imagen al sentimiento y
del sentimiento a la idea ».
Aunque La huelga fue premiada en 1925 en la Exposición de Artes Decorativas
de París, no se explotó comercialmente en el extranjero, rechazada por el
bloqueo general alzado contra aquel nuevo cine revolucionario. Este no fue el
caso de su siguiente película. El
acorazado Potemkin (1925), que prestigiaría el cine soviético y el nombre
de su realizador en todo el mundo.
El acorazado Potemkin nació del ambicioso proyecto de realizar un gigantesco
fresco, con ocho películas, sobre los acontecimientos revolucionarios de 1905.
Una de estas cintas, con el título «El
año cinco», le fue confiada a Eisenstein, pero al avanzar en su trabajo
decidió ceñirse única y exclusivamente a uno de sus históricos acontecimientos:
la sublevación de la marinería
del acorazado «Príncipe Potemkin». En escenarios
naturales y utilizando un Buque gemelo llamado «Los Doce Apóstoles», rodó
Eisenstein la
impresionante epopeya revolucionaria, estructurada al modo
de las tragedias clásicas en cinco actos:
Iº) El mal estado de la carne suscita el
descontento de la
tripulación ;
2º) Las represalias del comandante
provocan el estallido de la
rebelión , que triunfa;
3º) Un marinero muerto en la lucha es llevado al
puerto de Odessa y nace la
solidaridad de la población civil ;
4º) Las fuerzas zaristas cargan
sobre la población
civil en las escalinatas del Palacio de Invierno, causando
una matanza;
5º) El barco se hace a la mar , se encuentra con la escuadra zaris ta,
pero los marineros de los otros buques les saludan con júbilo y permiten que el
buque pase sin oposición.
Prescindiendo de simbolismos
intelectuales (con una única excepción: los leones de piedra que se alzan
simbolizando la re belión)
y con una espléndida fotografía de gran veracidad documental, debida a su fiel
Eduard Tissé, Eisenstein consiguió insuflar en este drama épico, en el que la
masa era el verdadero protagonista, un aliento de incontenible grandeza que
hace trascender los límites de un episodio histórico concreto para convertirse
en la gran epopeya de la rebelión. Magnífica
sinfonía coral, mantenida con un sostenido y estremecedor crescendo dramático,
consiguió con su tremendo impacto y a pesar del forcejeo y artimañas de las
censuras (que en varios países alteraron su montaje y sentido original)
imponerse en todo el mundo como una auténtica e indiscutible obra maestra,
jalón decisivo en la evolu ción
histórica del cine.
El éxito de El acorazado Potemkin convirtió a Eisenstein en el primer realizador
soviético. Por eso, cuando había iniciado el rodaje de La línea general, inspirada en la evolución de la
situación agraria en su país, la Sovkino le
encargó la realización
de un gran retablo sobre los acontecimientos históricos de la revolu ción de 1917 con
unos medios y un presupuesto jamás alcanzados hasta la fecha en su país. Pero la realización de Octubre (1927) resultó ya muy
laboriosa. A la copia
original , de 3.800 metros , se le amputaron 1.600, eliminando
todos los pasajes en que aparecía León Trotski. A estas alteraciones y a
algunos abusos de los simbolismos intelectuales y de las metáforas hay que
atribuir ciertas oscuridades e incoherencias del relato histórico, acentuadas
por los cortes infligidos en la
versión que circuló en Occidente. En su esfuerzo por crear un
nuevo lenguaje conceptual a través de las imágenes, Eisenstein recurre a los
más alambicados e ingeniosos expedientes gráficos: paralelismos visuales entre
Kerenski y Napoleón, el discurso del dirigente antibolchevique comparado con
la melodía de unas arpas, la estatua del zar derribada que retorna por sí sola
al pedestal en el momento en que Kerenski toma el poder. A veces el simbolismo
está integrado de un modo coherente y lógico en la acción: la gigantesca araña
del Palacio de Invierno, asediado por los revolucionarios, que se tambalea
como el gobierno mismo. La película vale, en definitiva, por su inmenso
esfuerzo de inventiva visual y a pesar de girar en torno a personalidades
históricamente tan decisivas como Lenin y Kerenski, seguía siendo fundamentalmente
una película de masas, como la obra anterior de Eisenstein. Película potente y
barroca, en la que está patente la fascinación que sobre él ejerció el barroco
ruso de San Petersburgo, el paso del tiempo y el conocimiento actual de una
copia más completa han servido para revalorizar su audacia experimental.
Algunos defectos de Octubre
reaparecieron en La línea general
(1929), película didáctica y
propagandística que canta la colectivización agraria, los nuevos métodos de cultivo,
la mecanización del campo... Que de un temario árido puede extraerse una
sinfonía visual lo demuestra Eisenstein con su canto geórgico a las
desnatadoras, a los tractores o al violento apareamiento del toro, que arremete
contra la vaca cubierta de flores... Pero otra vez la pirotecnia cerebralista
de Eisenstein, alquimista de un laboratorio de imágenes, impide la emoción purísima
que se desprendía del simple relato revolucionario del Potemkin. La línea
general saldrá malparada, a pesar de su enorme interés experimental, cuando se
la compare con el sencillo poema lírico La
tierra, de Dovjenko. En La línea general, por vez primera, comienza a
apuntarse la aparición en la obra de Eisenstein del héroe individual, porque
aunque la película tenga un carácter eminentemente coral, la joven campesina
Marfa Lapkina es la que conduce la lucha por la transformación del campo. Es la
«mujer nueva» creada por la
revolución.
Junto a Eisenstein, el más
prestigioso de los realizadores soviéticos fue Vsievolod llarionovich Pudovkin, que también procedía de una
formación técnica (estudios en la Facultad
Física-Matemática de la Universidad de Moscú y
trabajos como ingeniero químico en la industria de guerra), y que llegó al
cine a través del Laboratorio Experimental de Kulechov, interpretando varias
películas de su maestro. Debutó como realizador con el cortometraje cómico La fiebre del ajedrez (1925), rodado
durante el Campeonato Internacional de Ajedrez de Moscú, y con el documental El mecanismo del cerebro (1925-1926),
que ilustraba las célebres teorías sobre reflejos condicionados del fisiólogo
Iván Pavlov.
En 1926 inició la realización de su gran
trilogía revolucionaria, compuesta por La madre (1926), adaptando libremente la novela homónima de Gorki, El fin de San Petersburgo (1927),
realizada para conmemorar el décimo aniversario de la revolución, y la
anticolonialista Tempestad sobre Asia
(1928), tres opera magna del nuevo cine
soviético.
En contraste con el cine de masas de
Eisenstein y su repudio del actor, las películas de Pudovkin se centraron en el
examen de la toma de conciencia política de sus personajes individualizados.
En La madre fue la mujer proletaria
Nilovna (Vera Baranowskaia), que veía nacer en ella la llama revolucionaria a
través de la actuación política de su hijo Pavel (Nikolai Batalov), quien, tras
huir de la cárcel, moría en una manifestación bajo las balas de los soldados
del zar, mientras ella la encabezaba portando la bandera roja. En El fin de San Petersburgo era un joven
campesino (Iván Cuvelev), al que la miseria hacía emigrar a San Petersburgo
para trabajar como obrero industrial. Y en Tempestad
sobre Asia el cazador mogol Blair (Valery Inkijinov), al que los ingleses,
creyendo que era un descendiente del legendario Gengis-Khan, quieren
convertirle en un pelele al servicio de sus intereses colonialistas en Asia.
No obstante esta personalización,
Pudovkin, que fue un adelantado
discípulo de Griffith en lo tocante a la técnica de las acciones paralelas, orquestó con frecuencia sus relatos
individuales con grandes temas colectivos. Así, El fin de San Petersburgo desarrolla también el tema de la
transformación de. la burguesa y burocrática ciudad de San Petersburgo en la
revolucionaria Leningrado. El desenlace de La
madre ilustra ejemplarmente esta concepción sinfónica de Pudovkin, que usa
también las metáforas visuales, pero
a diferencia de Eisenstein las integra de un modo realista en la acción. El
final de La madre muestra una gran
manifestación, en la que participa la protagonista, que permite a su hijo huir
de la cárcel. Pero estas dos acciones
paralelas (la manifestación y la cárcel), están orquestadas con una
tercera: el deshielo del río, metáfora
realista, ya que además de ser un símbolo de la alegría de la liberación de
Pavel y de la arrolladura acción de las masas- desbordadas, es un elemento
realista incorporado a la acción, pues es primavera (época del deshielo) y Pavel
escapará corriendo sobre los bloques de hielo que se cuartean.
Esta extraordinaria complejidad de
la construcción era posible porque Pudovkin trabajaba (como Rene Clair o
Alfred Hitchcock) sobre «guiones de
hierro» minuciosamente preparados, a diferencia también de Eisenstein, que
atraído por una concepción más documentalista veía simplemente en el guión «el estenograma de una emoción que se
materializará en una serie de visiones plásticas». Por lo tanto, para Pudovkin el montaje —sobre todo de
intención analítica, descomponiendo la escena en visiones de sus componentes
aislados— se establecía a priori (es decir, en el guión escrito), mientras
Eisenstein defendía la noción del montaje a posteríorí, utilizado para
expresar, mediante el choque de imágenes, impetuosos conflictos dialécticos.
Eisenstein repudió el montaje
clásico, el montaje entendido como mera adición de planos, tal como lo concibió
Griffith y lo utilizaron Kulechov y Pudovkin. No deja de ser curioso que Eisenstein
derivara sus teorías sobre el montaje del estudio de los ideogramas japoneses,
en los que de dos nociones yuxtapuestas surge una tercera, corno:
Ojo + agua=llorar
Puerta + oreja=escuchar
Boca + perro=ladrar
Eisenstein no hizo más que prolongar
este método a la expresión cinematográfica, calcando sus principios: «Según mi opinión, el montaje no es una
idea expresada por piezas consecutivas, sino una idea que surge de la colisión
de dos piezas, independientes la una de la otra.» Este método le
permitiría partir de elementos físicos representables para visualizar conceptos
é ideas difícilmente representables en sí mismos y arroja luz sobre sus
ambiciosos proyectos de adaptar a la pantalla obras tan difíciles como El capital de Marx y el Ulises de Joyce.
La expansiva vitalidad del nuevo
cine soviético, que introdujo una auténtica revolución expresiva en la teoría
y en la práctica cinematográfica mundial, por el implacable realismo de sus imágenes y por el empleo
magistral de las posibilidades creativas del montaje, se corroboró con la
amplitud de su registro, al tiempo que florecían diferentes cines nacionales,
en varias repúblicas de la federación. El ucraniano Alexandr Dovjenko, de origen campesino, fue maestro de escuela,
dibujante y caricaturista y abandonó la carrera consular para dedicarse al
nuevo arte. Su Zvenigora (1928) fue
la primera película importante del cine ucraniano y con Arsenal (1929), film épico sobre la guerra civil, demostró de un
modo inequívoco su talento creador y su capacidad en el manejo de imágenes-símbolo, como las de la eficaz prosopopeya
final, en la que el protagonista, acribillado a balazos, continúa avanzando: las balas no pueden detener las ideas que él
representa. Pero su gran revelación tuvo lugar con el poema La tierra (1930), obra maestra que
transpira amor hacia la tierra, el paisaje, las flores, el cielo y las gentes
de su Ucrania natal. El punto de partida es, como en La línea general, el de la colectivización
agraria y sus dificultades, pero el de llegada es un soberbio poema visual en el
que el hombre y la naturaleza aparecen unidos en una fusión casi mítica.
La idea central de La tierra es la
del ciclo biológico: empieza con la muerte del viejo campesino, símbolo de una
época pasada; su nieto, portador de las ideas revolucionarias, es asesinado
por un kulak, pero sus ideas siguen viviendo y harán nacer una nueva sociedad.
No es de extrañar que algunos burócratas fruncieran el ceño ante esta visión, a
su juicio poco ortodoxa, de un socialismo cósmico y panteísta, como nacido en
el seno de las viejas mitologías paganas.
Y junto a Dovjenko, Ilya Trauberg, que con gran brío narrativo
cantó el movimiento revolucionario en China en El expreso azul (1929), Frederij
Ermler, Fedor Ozep, Mark Donskoi, Dzigan, Yuri Raisman y Abram Room, incorporaron las nuevas
ideas y la nueva concepción social al arte de la pantalla. Aunque lo más
significativo del nuevo cine soviético tuvo un carácter épico y heroico, una
parte de la producción retrató las costumbres y problemas cotidianos, como
ocurrió en Cama y sofá (1927), de Abram Room, que partía del problema de
la vivienda en Moscú para mostrar la cohabitación de dos hombres y una mujer,
film inscrito en la polémica contra el aborto y que fue muy discutido por sus
implicaciones sexuales.
A un nuevo contenido temático revolucionario correspondió, como era
inevitable, una nueva forma expresiva, una nueva estética. Los maestros rusos
han hecho nacer el auténtico cine de masas (¡qué lejos estamos de las legiones
de figurantes y de la guardarropía del Quo Vadis? de Guazzonü), han llevado las
imágenes al límite del realismo, despojadas de todo artificio teatralizante,
han hecho añicos el star-system como fórmula y la película-mercancía, y han
creado con el montaje la verdadera sintaxis del cine. Poco importa que su
sensacional perfeccionamiento del montaje haya sido en parte debido y
estimulado, como señalan algunos historiadores, por la agobiante escasez de
película virgen, espoleando su ingenio creador. A la hora del balance importan
los resultados: con la escuela soviética el cine ha incorporado al drama coral
de las multitudes, el pathos de la tragedia clásica.
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