Comúnmente se utiliza la palabra
«vanguardia» en el vocabulario militar, para designar los órganos de
reconocimiento y de protección que avanzan separados por delante de las tropas.
Por extensión, el término se aplica a
las criaturas que, en los dominios literarios o artísticos, están avanzadas a su tiempo y se oponen a las normas en
vigor. «La vanguardia», dice Mario Verdone, «busca, precede, estimula; opone lo nuevo a lo viejo, el porvenir al
pasado, la transgresión a la legalidad.» Su ideal sería la instauración de
una «contracultura».
De manera
menos extensiva, este vocablo hace referencia a una actividad marginal, de tipo
experimental, que se fue desarrollando a lo largo de la historia del cine,
independientemente de los grandes circuitos de producción o contra ellos. Esto
comenzó en Francia, tras la
Primera Guerra mundial. En ruptura declarada con
cierto tipo de cine «popular), surge un movimiento en vistas a la promoción de
un «séptimo arte» autónomo, que rechaza las convenciones del guión, los
subtítulos, la dramaturgia, etc. El italiano Ricciotto Canudo fue el apóstol de
esta reacción, a la cual se sumaron Louis Delluc, Jean Epstein, Germaine Dulac
y algunos otros.
Se comienza a hablar de «fotogenia» y «cineplástica». Esta primera vanguardia sólo consigue un público muy limitado. No obstante, dio vida a
algunas obras ambiciosas como El
hombre generoso, Corazón fiel, La mujer de ninguna parte, El dorado o La inhumana.
Una segunda tendencia se desplegó
entre 1925 y el fin del mudo. Ésta será más tumultuosa, más empírica, muy
influenciada por el dadaísmo y el surrealismo, y se extenderá por un
pequeño territorio de Europa. Es la
época del desarrollo de los cineclubes y de salas parisienses
especializadas (Ursulinas,
Estudio 28); se afirma una crítica independiente, notablemente con La
fíevue du Cinema, de Jean
George Auriol. Escritores y pintores reciben encargos de mecenas para rodar
películas. Se habla entonces de «cine puro», de «película integral».
El film faro
de esta segunda vanguardia fue el explosivo Un perro andaluz (1929) de Luis Buñuel y Salvador Dalí, según una aplicación al
cine de la escritura automática cara a los surrealistas. Buñuel reincidirá con
La edad de oro (1930), verdadera máquina de guerra dirigida contra la sociedad burguesa, que la
censura prohibirá. Aunque muy distanciado de semejantes agitadores, Jean
Cocteau se inscribió en su estela con La
sangre de un poeta (1930), que combinaba los ideales de la
vanguardia junto con sus fantasmas personales.
En Alemania, en Bélgica, en los
Países Bajos, el movimiento es seguido por Walter Ruttman, Hans Richter, Henri
Storck y el propio Eisenstein, que supervisa en Francia un cortometraje de
inspiración «vanguardista», Romance
sentimental.
La influencia se hace notar en el
documental (Nogent, Eldorado du
dimanche, A propósito de Niza), el film científico (Jean
Painlevé), y el militante (Joris Ivens). La animación también empieza con Osear Fischinger, Berthold Bartosh y Len Lye.
El cine sonoro pondrá un brutal
punto y final a estas investigaciones.
PELÍCULAS CLAVE DE LA HISTORIA DEL CINE
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