viernes, 27 de julio de 2012

Tempestad sobre Asia / El hijo de Gengis-Kan - Vsevolod Pudovkin


Potomok Chinguis-Khan
Director: Vsevolod Pudovkin
Guión: Ossip Brik, basado en un cuento de I. Novokshonov
Productora: Mezhrabpom-Russ
Estreno: 10 de noviembre de 1928
País: URSS.

Mongolia, 1918. Las fuerzas inglesas de ocupación únicamente responden a los intereses del capitalismo. Los especuladores americanos compran las suntuosas pieles a bajo precio. Bair, un joven cazador mongol, protesta por el atropello sufrido ante uno de esos mercaderes. Se organiza una enorme trifulca. El cazador es perseguido por los soldados y tiene que refugiarse apresuradamente en las montañas. Allí se une a un grupo de partisanos rojos que luchan contra el ejercito imperialista.
1920. En una escaramuza, Bair es hecho prisionero por los ingleses. Tras ordenar su fusilamiento, encuentran entre sus enseres un extraordinario documento en el que se asegura que el portador es sucesor de Gengis-Khan. Atisbando la potencial utilización política del hecho, los ingleses rescatan el cuerpo aún con vida de Bair, y tras una laboriosa intervención quirúrgica realizada por los mejores cirujanos británicos, consiguen salvarle casi milagrosamente. Durante su recuperación, el mongol es colmado de atenciones y honores.
Inmediatamente, Bair es declarado sucesor de Gengis-Khan y convertido en una especie de rey-títere esperando que con su ayuda, su estrategia opresora sobre el país se vea facilitada.
Pero tras contemplar cómo un mongol es asesinado ante su presencia, Bair se da cuenta del desprecio que los invasores sienten por su pueblo, despierta de su letargo y se revuelve contra la crueldad de los intrusos. Bair se lanza a las montañas y con la relevancia que su persona ha adquirido, subleva con él a todo su gente.

Los importantes avances logrados en pocos años por la cinematografía de la URSS, el nivel artístico que ésta ha alcanzado y la repercusión que algunos de sus films comienzan a tener en el ámbito internacional, hacen que empiece a hablarse de La Santísima Trinidad del cine soviético refiriéndose a sus abanderados: Pudovkin, Eisenstein y el recién incorporado Dovzhenko.
Vsevolod Pudovkin, aventajado discípulo de Kuleschov, que ha sido catapultado a la gloria por sus films, La madre (Mat, 1926) y El fin de San Petesburgo (Konec-Sankt-Petesburga, 1927), recurre esta vez a un relato de Novokshonov para completar, con Potomok Chinguis-Khan, su trilogía revolucionaria La película es, ante todo, un maravilloso espectáculo documental y artístico. Gracias a una técnica deslumbrante y su gran minuciosidad narrativa, Pudovkin nos sumerge en un mundo de costumbres, ritos y bailes típicos, lo que dota a la historia de una poderosa raigambre ancestral, casi antropológica. Junto a ello, destacan las imágenes filmadas en las estepas centro-asiáticas y tan bellamente recogidas por la cámara de Anatoli Golovnya.
Si bien Pudovkin entona el credo bolchevique y, como reseña Eisenstein, «muestra una irresistible oleada de ideas e ideales nuevos que hacen brotar de la pantalla el sentimiento esencial de la victoriosa revolución de Octubre».
La fuerza ideológica existente en otras películas del género está aquí mitigada por un exceso de técnica y arte, y ello la hace aún más intemporal e imperecedera.
Es necesario recurrir a escenas más directas, como la ejecución de Bair en la montaña, o al épico final, que muestra la revuelta originada por el joven mongol tras la recuperación de su conciencia social, para redituarnos en un ámbito doctrinal del que, de forma inconsciente, Pudovkin se escapa siempre que puede.








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