Zemlia
Director:
Alexander
Dovzhenko
Guión:
Alexander
Dovzhenko
Productora:
Vufku (Kiev)
Estreno: 8 de abril de 1930
País:
URSS.
Semen, un viejo
campesino ucraniano, está a punto de morir rodeado de su familia. Serenamente se
despide de la vida, tras haber trabajado duramente arando la tierra con sus
bueyes Su muerte emana una sensación de paz.
En el pueblo existe un estado de crispación, ya que los kulaks, representados
por la familia de Khoma, se niegan a vender a la cooperativa sus amplias propiedades.
Basil, nieto de Semen y miembro activo en el movimiento cooperativista, ve la
compra de tractores como única solución para acabar con la hegemonía de los
kulaks. La llegada de la máquina llena al pueblo de júbilo.
Tras una abundante cosecha, en la que todos colaboran con ánimo y
alegría, los jóvenes descansan a la luz de la luna. Basil y su prometida están
entre ellos. Basil regresa a casa bailando feliz cuando Khoma, escondido en el camino,
le abate de un disparo.
Opanas, padre de Basil, lleno de dolor, reniega de la existencia de Dios
y pide que se entierre a su hijo de un modo diferente, sin cura, sin funeral,
con himnos de la nueva vida. Ante el paso de la comitiva fúnebre la madre de Basil
siente los primeros dolores de parto, y la prometida del difunto, presa de la
desesperación, se arranca la ropa llorando desconsoladamente. Algunos viejos y
el cura piden clemencia a Dios por tan profana ceremonia.
Los asistentes aclaman la vida y proclaman las obras de Basil. La
lluvia, símbolo de la regeneración, comienza a caer sobre la tierra.
Con Zemlia, Alexander
P. Dovzhenko completa la trilogía sobre la reciente historia ucraniana, iniciada
con La montaña del tesoro (Zvenigova,
1928) y Arsenal (1929).
Con un guión escrito por él en pocos días, Dovzhenko nos ofrece una visión conmovedora
de la vida del campesino ucraniano, en la que se conjuga, en armónica
combinación, un discurso más intimista que ideológico junto con un magnífico
espectáculo formal.
El comienzo de la colectivización de la tierra -tema ya tratado por
Eisenstein en La línea general (Staroe
i Novoe, 1929)-, es descrito por Dovzhenko mediante un espléndido poema
visual, donde los kulaks y los kolkhozianos representan lo
antiguo y lo nuevo: la vieja Rusia, anclada en sus ancestrales tradiciones
opresoras e inmovilistas, frente al progresismo de los que ven en la renovación
la única apuesta posible de cara a edificar un futuro digno.
A través de las poderosas imágenes de los manzanos y los trigales ucranianos,
y siendo fiel a sus más profundas convicciones, Dovzhenko nos propone su tesis de
fuerte contenido social. En ella, la vida y la muerte, el hombre y la
naturaleza, conforman, fundidos en su origen, una esencia indisoluble y un
canto lírico a la libertad.
Desde su estreno en Kiev el 8 de abril de 1930, la película provoca encendidas
controversias.
Dovzhenko es acusado, desde diversos rotativos soviéticos, de plasmar en
el film su universo particular, aislándose con ello de las directrices
socialistas. Pero esa independencia creadora, lejos de resultar un lastre,
contribuye a que la película mantenga unos valores intemporales, que hacen de
ella una de las más bellas muestras del arte cinematográfico de todos los
tiempos.
Después llegará su estreno en París, luego en Berlín, y de aquí al resto
del mundo, donde el film va a obtener un sonado éxito.
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