Esplendor nórdico
El nacimiento de la producción cinematográfica en Suecia fue
relativamente tardío. Aparece oficialmente en 1907 con la fundación de la
sociedad. A. B. Svenska Biografteatern por parte
del pionero Charles Magnusson, que
desde unos años atrás venía cultivando de modo individual y ocasional el arte
de la toma de vistas, llegando a registrar en celuloide la augusta imagen del
rey Haakon de Noruega.
El crecimiento y apogeo del cine sueco (favorecido por la neutralidad
del país durante la guerra) va estrechamente ligado a la historia de la Svenska.
Fue en la Svenska donde debutaron el actor y realizador
finlandés Mauritz Stiller (1883-1928) y su colega Víctor Sjoström
(1879-1960), procedentes ambos del teatro, que se convirtieron en las dos máximas
estrellas de la casa tras el éxito de Las máscaras negras (De svarta maskerna, 1912),
dirigida por el primero e interpretada por el segundo, en el papel de un
teniente que se enfrentaba a la banda secreta de «las máscaras negras». Estos dos hombres serán los indiscutibles
pilotos de la escuela cinematográfica sueca, que conoció su apogeo entre 1913
y 1923, fechas que corresponden a dos títulos clave, que abren y cierran
respectivamente el período de esplendor: Ingeborg holm (1913) de
Sjoström, su primer film de más de dos mil metros, y La leyenda de Gösta Berling (Gösta Berling
Saga, 1923), última producción sueca de Stiller y primera (y última)
aparición importante de Greta Garbo en el cine de su país.
Se ha afirmado, con razón, que el gran potencial poético del primitivo
cine sueco debió mucho a su tradición literaria. No puede ignorarse que casi
todas las obras capitales de esta cinematografía están inspiradas en novelas u
obras dramáticas: de Sjoström son Ingeborg
holm, que procede de Nils Kroofc, Terje vigen (1917) de
Ibsen, Los proscritos (Berg-ejving och hans hustru, 1917) del
islandés Johan Sigurjonsson y La carreta
fantasma (Körkarlen, 1921) de Selma Lagerlöf; lo mismo puede decirse
de Stiller, cuyas obras El tesoro de Ame (Herr Ames Pegnar, 1919) y La leyenda
de Gösta Berling proceden
también de Selma Lagerlöf. Este origen literario, que pudo haber sido
(como en el caso del film d'art francés) una
perturbadora rémora estética con la imposición de fórmulas teatralizantes, fue
por el contrario un enérgico estimulante, incitando a experimentar nuevas
técnicas narrativas de indagación psicológica. Así, por ejemplo, en Dods-kyssen (1916), una
de las poquísimas cintas conservadas de la primera etapa de Sjoström y en la
que todavía arrastraba el peso de la temática cinematográfica danesa,
introducía su autor con audacia la novedad técnica de acumular una serie de flash-backs,
que correspondían a diferentes versiones de un mismo hecho, narradas por
diferentes testigos. Esta técnica narrativa fragmentada, de «encuesta
policíaca», fue muy celebrada (e imitada) por aquel entonces y
reactualizada genialmente en 1941 por Orson Welles en Ciudadano
Kane y por Kurosawa en 1950 con Rashomon.
La influencia determinante de la literatura y la vecindad del próspero
cine danés pudieron haber arrastrado definitivamente al cine sueco hacia el
fácil terreno de los «melodramas de salón». Es cierto que esta tendencia afloró
en sus primeras películas, pero otro factor decisivo apareció oportunamente
para liberar a la producción sueca, otorgándole su genial originalidad: la revelación
del paisaje gracias a los westerns de la Triangle , cuya épica simple utilizaba
decisivamente (sin tener conciencia de su importancia) la naturaleza, como un
personaje del drama. Los primitivos suecos, profundamente impresionados por
aquella revelación que les llegaba de otro continente, sí tuvieron conciencia
plena de la importancia psicológica del
paisaje, nuevo agente dramático todavía inédito en el cine europeo. El
fresco soplo del espacio abierto barrió las historias de alcoba, de procedencia
danesa, e impuso los dramas simples y poéticos, derivados con frecuencia de
la temática legendaria de sus sagas, con incursiones en las historias de
brujería.
La aparición en las pantallas de París de Los proscritos —que situaba
en las montañas de Islandia el tema clásico de los amantes perseguidos por la
sociedad— provocó una auténtica conmoción estética. El ponderado Delluc, estupefacto, no vaciló en escribir:
Voici sans doute le plus beau film du monde. El paisaje y
las fuerzas de la naturaleza jugaban en este drama amoroso un papel esencial y
el desenlace tenía lugar, precisamente, en una tormenta de nieve en la que
perecían los dos protagonistas. Utilizar los elementos naturales para expresar
en forma exteriorizada el drama de los personajes es un recurso expresionista
al que el cine, en forma más o menos refinada, desde Murnau a Antonioni, no
renunciará ya jamás. Los pioneros americanos del western, preocupados
por la acción en su acepción epidérmica, no supieron o no pudieron llegar tan
lejos como los primitivos suecos, cuya calidad y pureza fotográfica alcanzarán un
prestigio universal.
Para ser justos habría que añadir que el empleo de los decorados e
interiores (a diferencia de lo que ocurría en el cine norteamericano) no
desmerecía en las cintas suecas, de los espléndidos exteriores. En este
sentido El tesoro de Arne, trágica
leyenda del
siglo xvI, que narra los amores entre una joven sueca y un mercenario escocés,
testimonia el talento de Stiller en la utiliza ción del decorado como elemento psicológico
del drama, capaz de crear una atmósfera
poética e inquietante gracias a una rigurosa composición plástica, que anuncia
la pronta aparición
del expresionismo alemán. Algunas imágenes, como el largo cortejo fúnebre a
través de los hielos, han pasado por derecho propio a la antología del mejor
cine mundial.
Sjoström fue ciertamente el gran
maestro del cine sueco, pues a pesar de cierta pesadez y puritanismo, producto
de su rigorismo luterano, supo conferir universalidad a los grandes temas nacionales.
Con La carreta fantasma, en donde nos
hace asistir a un enfrentamiento entre un borracho y el cochero de la Muerte,
que viene a buscar su alma durante la Nochevieja , nos evidencia que, después de todo,
el cine teológico y metafísico del celebrado Ingmar Bergman (piénsese
en El
séptimo sello) no hace más que desarrollar una temática y un estilo que
elaboraron con suma perfección estos primitivos. En esta película de desarrollo
acronológico, estructurada en un rosario de flash-backs,
Sjoström realiza un auténtico tour de
forcé técnico, empleando magistralmente la sobreimpresión
(para visualizar los elementos sobrenaturales) y el encadenado (dentro de una
misma escena y no como transición temporal), recursos que confieren un tono
espectral y alucinante al relato. Su virtuosismo técnico se revela en la sorprendente ubi cuidad
del film, al enlazar imágenes del presente y del pasado del borracho David Hölm,
del mundo real y del sobrenatural, y aboliendo el espacio, pues el protagonista
oye la voz de
su mujer, en el otro extremo de Estocolmo, amenazando con matarse. Lástima que
tanto esfuerzo vaya a parar finalmente en un sermón paternalista sobre los
peligros del alcoholismo. Verdad es que la temática de Sjoström
es habitualmente elemental: la
culpa y la redención , la pureza
del alma (expresada a menudo por la nieve , el fuego o el viento);
pero al fin duele, y hasta irrita, comprobar que un tan brillante ejercicio de
estilo, con una fotografía excelente de J.
Julius, resulte ser a la
postre un insoportable panfleto del Ejército de Salvación,
inspirado en la
propaganda prohibicio nista del partido radical sueco.
Pero más allá de una crítica
superficial, hay que comprender que estos virtuosos ejercicios de lenguaje
cinematográfico revelaban el esfuerzo de aquellos primitivos por apurar al
máximo los elementos técnicos propios del cine mudo para crear una narrativa
psicológica, buscando la
senda de la introspección que hiciera tangible mediante la fotografía el
invisible mundo interior, en una dimensión lírica, subjetiva e intimista no
intentada hasta entonces y que empequeñece y evidencia la tosquedad del
intento análogo de De Mille con La marca
del fuego que, con otros métodos^abía desembocado, naturalmente, en el más
postizo de los melodramas. El último film sueco de Sjoström fue Juicio
de Dios (Ven Dómer, 1921), realizado por encargo de la Svenská para competir con los
espectaculares films de Lubitsch, película enmarcada en la Florencia renacentista ,
en donde la protagonista ,
acusada de bruja, es sometida a la prueba del fuego.
Los historiadores del cine suelen
oponer la robustez del
estilo de Sjoström al refinamiento extremo de Stiller, discípulo que consiguió
igualar y superar en algunos momentos la obra del maestro, con súbitos arrebatos líricos,
como los que le llevan a expresar con las revueltas aguas del torrente el ardor
de una pasión amorosa, en la
balada lírica Sangen om den eldröda blom-man (1919). En 1920
creó con Erotikon la
primera comedia eró-tico-sofisticada del cine europeo,
emparentada con los films mundanos de De Mille y en abierta oposición al tono
moralizante de los contemporáneos dramas literarios y campesinos del cine
sueco, que influirá en la
obra posterior de Ernst Lubitsch y Billy Wilder.
Aún hay que añadir a Stiller el
mérito de haber descubierto a la actriz Greta Lovisa Gustavsson, muchacha de
origen humilde que, empleada en los grandes almacenes P.U.B., de Estocolmo,
había debutado en el cine como modelo de algunas películas publicitarias de la empresa (en la primera de las cuales,
por cierto, figuraba como prototipo negativo de cómo no debe vestir una mujer
elegante). Stiller le confió un papel importante en La leyenda de Gösta Berling y se convirtió en su mentor artístico,
bajo cuyo consejo eligió también la actriz el seudónimo con que se hizo más tarde
célebre: Greta Garbo. Greta Garbo habría de ser la primera de las muchas
«nórdicas famosas» que Hollywood ha raptado con singular perseverancia a
Suecia: Ingrid Bergman, Viveca Lindfors, Signe Hasso, Mai Zetterling , Marta
Toren, May Britt, Anita Ekberg.
Mucho se ha escrito sobre las
turbulentas relaciones sentimentales entre la
Garbo y Stiller, con episodios para todos
los gustos. Cuando, tras la
crisis del cine sueco, debida a la fuerte competencia
norteamericana y alemana y a la depresión econó mica nacional, Sjoström marchó a
Hollywood (1923) contratado por la
Metro , que poco después requirió también los servicios de
Stiller, éste desembarcó en los Estados Unidos acompañado por Greta Garbo
(1925), pero como era de dominio público que no estaban casados, los ejecutivos
de la Metro tuvieron
buen cuidado en alojarles en residencias separadas. Stiller tuvo que forcejear
duramente con los directivos de la productora para que aceptasen contratar a
aquella larguirucha actriz escandinava en cuyo porvenir artístico no creían.
La famosa «escuela sueca» creada por Sjoström
y Stiller tuvo discípulos aprovechados, como John Brunius, Runne Carlsten,
Ivan Hedquist y Gustav Molander, mientras su
lirismo y sentido paisajista inspiraron a muchos realizadores extranjeros,
aunque en diferente forma y medida: Baroncelli, L'Herbier, Epstein, Frank
Borzage. Hollywood supo sacar provecho de la bancarrota de
aquella cinematografía importando a los pilares de la escuela , aunque la verdad es que, aparte de
la excepcional
carrera de la
Garbo , ninguno de los dos realizadores creó una obra de
interés en aquel país, exceptuando El viento (The wind, 1928) de Sjoström,
canto del cisne de una carrera ejemplar y fecunda.
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