La
escuela de Brighton
En el esfuerzo colectivo que hizo nacer el
prodigio de la fotografía animada no estuvo ausente la Inglaterra victoriana.
Su aportación tuvo un nombre injustamente postergado, el de William
Friese-Greene, célebre fotógrafo de Picadilly, que en su empeño por conseguir
un buen método de cronofotografía invirtió todo su peculio personal, se
arruinó y llegó a sufrir prisión por deudas. Camino doloroso que no conoció
otro pionero inglés, el óptico londinense Robert William Paul que, por encargo
de unos empresarios griegos, construyó en 1894 una imitación del kinetoscopio
dé Edison, que no estaba patentado en Inglaterra. Le tomó gusto a la cosa y
siguió fabricando más aparatos, introduciendo modificaciones y
perfeccionamientos, llegando a construir en 1895 una cámara tomavistas para
surtir con películas propias a los cada vez más numerosos kinetoscopios
ingleses. En 1897 fundó la empresa Paitl's
Animatograph Ltd., y con él nació el
cine británico y ya sabemos que fue a Paul a quien recurrió Méliés para
comprar su primer aparato cinematográfico.
Al igual que Méliés, Paul comenzó su carrera
creadora cultivando las escenas
naturales al estilo de Lumiére,
pero no tardó en ser tentado por los temas fantásticos y realizó un precedente
notable del viaje polar de Méliés: The
adventurous voyage of the Artic (1903).
Pero no acabó en William Paul la aportación
británica al nuevo espectáculo. En Brighton, playa de moda favorecida por un
clima benigno, varios fotógrafos profesionales habían sido iniciados en los
secretos de la fotografía animada por Friese-Greene. Con paciencia e ingenio
construyeron sus propios equipos y sus nombres han pasado a la historia
formando lo que Sadoul ha llamado la «Escuela de Brighton». Entre ellos destacan George Albert Smith, James
Williamson y Alfred Collins.
Smith impresionó en la playa sus primeras escenas
naturales, en abril de 1897,
para ilustrar una serie de conferencias sobre fotografía. Pero no tardó en
intuir nuevas posibilidades, de su aparato óptico y, abandonando el aire libre,
se encerró con sus bártulos en un estudio y comenzó a aplicar al nuevo invento
el trucaje fotográfico de la sobreimpresión.
Esta experiencia, llevada a cabo
simultáneamente a la de Méliés y sin que ninguno de los dos pioneros conociera
los trabajos del otro, le abocó de un modo natural hacia el cine fantástico,
poblado por espectros y fantasmas. Muy satisfecho de su hallazgo, que
prolongaba al cine un trucaje fotográfico muy común, lo hizo patentar.
James Williamson, antiguo farmacéutico,
impresionó también escenas documentales al aire libre, como la competición de
regatas de Henley (1899), en donde muestra, en planos sucesivos, a la multitud
de espectadores, a las embarcaciones en varios momentos de la competición y su
llegada a la meta. Esto es algo importante: la cámara no es ya el perezoso
observador inmóvil de Méliés, sino un ojo nervioso que salta de un punto de
vista a otro, e incluso un plano muestra a los espectadores en travelling,
captados desde una embarcación que se
desplaza. Si el cine es, ante todo, movimiento, moving
picture, como
le llaman los americanos, no hay duda de que estamos asistiendo a su auténtico
nacimiento, gracias a este sentido realista de los cameramen
ingleses que anuncia, a más de treinta años
de distancia, el florecimiento de la escuela documental británica en la
segunda anteguerra.
Como cualquier documentalista de la época,
Williamson aborda la actualidad
reconstruida y en 1900 realiza una
pieza verdaderamente importante: Attack
on a chínese mission station, episodio
de la guerra de los boxers visto con la óptica colonialista de un fiel súbdito victoriano.
Esta alternancia dramática de escenarios,
mostrando primero a las víctimas y luego a las tropas salvadoras, supone un
progreso narrativo específicamente cinematográfico que ni Méliés ni los
americanos habían conseguido, pero que pronto será patrimonio universal de
todo el cine de aventuras y de los westerns
que van a nacer muy pronto en suelo
americano.
Este montaje intencional de escenas aleja la
balbuceante narrativa cinematográfica de la vía teatral de Méliés, a pesar de que
Williamson todavía no ha aprendido a cambiar el punto de vista de la cámara en
el interior de un mismo cuadro o escena. Eso sí supo hacerlo Smith, en cambio,
aunque no por razones dramáticas, pues los primeros planos que intercala en sus
películas tienen por misión ampliar detalles demasiado pequeños de
la acción, que escaparían al ojo del espectador, u obedecen a un simple trucaje óptico en
películas en las que aparecen telescopios o lupas de aumento, recurso que
utilizó por vez primera en Grandma's reading glass
(1900).
La indiscutible importancia de George Albert Smith va ligada a su temprano
uso de los trucajes y del primer plano. La ampliación de tamaños mediante el
primer plano responde en Smith a una exigencia funcional, de ampliación
óptica, pero no es un elemento de expresividad dramática, aunque lo haya ya
empleado desde 1898, en su serie Humorous facial expressions.
En
1902 inventó Smith el Kinemacolor,
primer
sistema de cine cromático.
También
se debe a Williamson la introducción de un elemento característico del cine de
acción: la persecución.
Y
es que el dinamismo de los temas abordados fuerza de un modo natural la
invención de una nueva sintaxis, que aleja progresivamente al cine del sendero
teatral de Méliés para acercarlo cada vez más al realismo cinematográfico que
culminará en Griffith. La movilidad de la cámara y la aparición de un
rudimentario montaje en estas cintas inglesas preludia el nacimiento, no lejano,
de una auténtica narrativa cinematográfica.
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