martes, 17 de julio de 2012

Formación de un arte - Alba y ocaso del cine danés - Romàn Gubern


Alba y ocaso del cine danés

El cine danés tuvo un parto regio. Elfelt, fotógrafo de la Cor­te, construyó en 1898 una cámara tomavistas para retratar un be­llo grupo familiar compuesto por sus soberanos, junto a sus pa­rientes el zar de Rusia, el rey de Grecia y la reina de Inglaterra. Jamás se había reunido en un fotograma tan abundante y variada sangre real y, según parece, Sus Altezas quedaron encantadas con aquella experiencia.
Pero aunque el cine danés surgió en un palacio, conoció como los otros cines su desarrollo y crecimiento en las barracas de feria y en las manos más plebeyas del reino. Su pionero fue un tal Ole Olsen, individuo de lo más curioso, que había sido antes acróbata, empresario de circo y director del casino de Malmoe. Después de dedicarse por algún tiempo a la exhibición de películas, en 1906 fundó la productora Nordisk Film Kompagni, con un oso polar sobre un globo terráqueo como emblema, que ha subsistido hasta nuestros días. Hombre avezado en las lides circenses, Olsen ideó un debut altamente espectacular para su firma. Compró un león reumático al Zoo de Copenhague y en una playa decorada con palmeras artificiales rodó la caza de la bestia, que al final fue despedazada. En un fiordo nórdico trans­formado en paisaje tropical nació pues el cine danés, armando regular escándalo, pues el ministro de Justicia trató de prohibir la película, juzgando que sus imágenes eran excesivamente crue­les.
La breve pero brillante carrera del cine danés transcurriría ligada en adelante al escándalo, pues iban a ser los escándalos los que le abrirían de par en par las fronteras de otras naciones. El primero de ellos fue Trata de blancas (Den hvide Slavehan-dels sidste Offer, 1910), drama erótico-realista en tres bobinas sobre la innoble corrupción de castas doncellas, que dio mucho que hablar e hizo correr no poca tinta. Este título, como Pecados de la juventud (1910) y otros muchos, llamaban a las puertas de la curiosidad sexual de las masas con el que será uno de los principales caballos de batalla de todo el  cine futuro. Ni que decir tiene que el posible erotismo de estas películas estaba sabiamente compensado por un final altamente moralizador, como suele ocurrir todavía en las cintas actuales de intención erótica.
No fue pequeña la contribución danesa al capítulo del ero­tismo cinematográfico. El beso realista fue también un invento —cinematográfico, se entiende— del cine danés. El castísimo ósculo de May Irwin y John C. Rice en la cinta de Edison había armado mucho revuelo; pero ahora aparecerá reducido a sus rea­les y modestas dimensiones ante las atrevidas muestras osculatorias danesas. Un cronista cinematográfico alemán de la época se­ñalaba así esta evolución: «Los personajes no se contentan ya con besarse rápidamente como antes. Los labios se. unen larga­mente, voluptuosamente, y la mujer, en pleno éxtasis, echa la cabeza hacia atrás.» El prestigio de escabrosidad del cine danés fue tan grande, que se dice que los públicos europeos se agolpa­ban ante las taquillas de los cines para poder contemplar los atre­vidos «besos daneses», que no debían ser muy distintos de los que los propios espectadores practicaban en su intimidad. De to­dos modos pasarán todavía algunos años antes de que algunas estrellas americanas, y luego europeas, pongan en circulación por las pantallas el beso-ventosa, con la boca abierta, para que los adolescentes de todo el mundo tengan escuela en que apren­der el ritual del amor.
El beso no era, a decir verdad, más que un elemento instru­mental de un mundo frívolo que el cine danés creó con profusión de melodramas, en los que se barajaban millonarios, bailarinas, hijos naturales, aristócratas, payasos tristes, adúlteras, oficiales del rey y gitanas, envueltos en complicados problemas sentimen­tales y familiares y reproducidos siempre y monótonamente en plano general, como en cualquier film d'art francés. Este mundo postizo y fabuloso creado por el cine danés en sus años de apo­geo recuerda, por muchas razones, el universo sofisticado que crearán luego las cintas de Hollywood. Claro es que existen di­ferencias, como la del final feliz, que el cine danés repudiaba, porque el triste fin de los amores imposibles entre un príncipe de sangre azul y una humilde trapecista puede ser tanto o más rentable que el rosado happy end con boda y sonrisas. En estos dramas mundanos y pasionales del cine danés se ha querido ver un involuntario testimonio de la descomposición del viejo mundo de la aristocracia, cuyos desperdicios ha recogido ya, como tema literario, la novelística continental. También de la literatura de­cadente romántica procede una figura mítica que tomará cuerpo por vez primera en el cine danés: la mujer fatal o vamp. 
Hablar de la mujer fatal danesa es hablar de la singularísima Asta Nielsen, actriz teatral que no tardó en consagrarse en el cine con Hacia el abismo (1911), dirigida por el escritor Urban Gad, que será más tarde marido de la estrella. En esta cinta la Nielsen interpreta el papel de una honesta muchacha que es seducida por un artista de variedades. Estamos todavía sobre la senda trazada por Trata de blancas, pero asistimos en cambio a la revelación de la gran trágica de ojos negros, de la que di­rá Apollinaire: «Es la visión de un bebedor y el sueño de un hombre solitario.» Asta Nielsen merecerá los sobrenombres de «Sarah Bernhardt escandinava» y «Duse del Norte» y su rostro expresivo encarnará personajes trágicos con una intensidad sobrecogedora.
Urban Gad continuó dirigiendo a la Nielsen en Sangre gitana (1911), El crítico instante (1911), que la censura sueca prohibió y Sueño negro (1911), en donde actuó por vez primera junto a Valdemar Psilander, a punto de convertirse en máximo ídolo masculino del público danés.
País con una sólida y brillante tradición teatral, con buenos escenógrafos, actores y directores, Dinamarca se convirtió rápi­damente en una primera potencia cinematográfica, que encontró su mercado natural en los países centroeuropeos. El público in­ternacional aplaudía las cintas de Urban Gad y Asta Nielsen, que en 1914 abandonaron la Nordisk por la Kinograf y siguieron ha­ciendo películas juntos —entre ellas Sangre andaluza, que indignó a la crítica española— mientras Ole Ólsen trataba de sustituir en su productora a la insustituible intérprete con otra mujer fatal, Betty Nansen, dirigida en sus primeras pe­lículas por August Blom. Al final de la primera guerra mundial, con el cine danés en plena crisis y la paz recobrada, Asta Nielsen irá a Alemania para proseguir allí su carrera de actriz. Entretanto en las pantallas de Italia ha comenzado a aparecer la variante latina de la mujer fatal, aunque será en Hollywood donde, definitivamente sofisticada, la vampiresa tomará carta de natura­leza para irradiar su pérfido atractivo por todas las pantallas del mundo.
Pero no todo fue folletín, melodrama, frivolidad y mujeres fatales en el primitivo cine danés. Hubo quien investigó solucio­nes plásticas nuevas, como el director Stellan Rye, que trabajó en Alemania y preludió el nacimiento de la gran escuela expre­sionista germana. Uno de los aspectos técnicos más notables del primitivo cine danés es, precisamente, su refinamiento plástico y su sabio empleo de la luz artificial. Estas características se encuentran en las obras de los dos creadores máximos del cine da­nés: Benjamín Christensen y Carl Theodor Dreyer.
Actor, cantante y director, Christensen debutó realizando e interpretando una obra que alcanzó gran éxito popular: El secreto de la X misteriosa (1913). Era la historia de un oficial que iba a ser injustamente fusilado como supuesto espía, y que callaba porque una carta que probaría su inocencia deshonraría en cambio a su esposa. Al final las cosas se arreglaban y el público salía muy satisfecho.
Esta obra, por sí sola, no habría dado a Christensen la fama que consiguió merced a una película absolutamente insólita, Heksen, rodada en Suecia entre 1918 y 1921 y en la que él mismo interpreta el papel de diablo. Para realizar este inquietante retablo de la brujería a través de los tiempos, Christensen estudió detenidamente los archivos judiciales de los siglos XVI y XVII. Con este material documental de primera mano ilustró una aluci­nante exposición visual sobre la brujería y la superstición a tra­vés de la historia, con imágenes de pesadilla de tal audacia que no se detiene ante las escenas más crueles o más repulsivas: aquelarres, brujas que besan el trasero de Satán, fláccidos senos de ancianas atenazados por los inquisidores, filtros preparados con corazones de pichón y excrementos de gato, jóvenes brujas que copulan con demonios... Heksen es, en cierto modo, un film fuera de serie, marginal en relación con el grueso de la produc­ción del momento. Y además de ser un documento gráfico único y pavoroso sobre las prácticas de brujería y su bárbara represión —inspirado plásticamente en Brueghel y el Bosco— es un ale­gato contra la injusticia, la crueldad y la intolerancia de los hom­bres. En una escena asistimos a un penoso recorrido por un asilo moderno de ancianas, jorobadas, ciegas, neurópatas... Christen­sen nos advierte: «En la Edad Media se habría considerado a estas desgraciadas, posesas por el demonio.» En esta advertencia escalofriante se resume el espíritu de esta película que es algo más que un documento arqueológico sobre la superstición: es un toque de atención a la conciencia del hombre, desarrollado a tra­vés de imágenes absolutamente inéditas y de un raro refina­miento y audacia técnica en el uso de la luz, el encuadre, los maquillajes y los decorados, resultando un conjunto visual im­presionante y convincente, a pesar de su desbordante fantasía. Lástima que el talento de Christensen se malgaste más tarde, en Hollywood, aniquilado en la rutina de las Mistery Comedies que se verá obligado a realizar.
Esta tentación de lo irracional, del romanticismo negro y de las brumas de lo desconocido, característica de la tradición cultural nórdica, aparece también en Carl Th. Dreyer, educado en el más rígido luteranismo por sus padres adoptivos y que desa­rrollará en sus películas una problemática de inspiración religio­sa. Sus debuts como redactor de rótulos y guionista en la Nordisk carecen de interés. Tampoco sus primeras películas revelan lo que llegará a ser su obra futura. En 1919 dirige Praesidenten, al que sigue Blade of Satans Bog (1920), retablo de cuatro episodios históricos, inspirado en Into­lerancia de Griffith, que muestra las diabólicas artes desplegadas por Satanás (bajo la apariencia de fariseo, Gran Inquisidor, jaco­bino y monje ruso, respectivamente) para sembrar el mal en el mundo. Aunque aquí aparece por vez primera el que será uno de los problemas medulares de toda la obra de Dreyer—la pre­sencia del Mal en un mundo creado por la bondad de Dios—, esta ingenua historia mefistofélica no tiene la frescura de su si­guiente Prastankan (1920), que Dreyer realiza en Noruega por cuenta de una productora sueca, satirizando la antigua costumbre escandinava según la cual la viuda de un pastor protestante falle­cido debía contraer matrimonio con el pastor que le sucediera. Como se ve, en el balance de los primeros años de la obra de Dreyer no puede señalarse mucho, aparte de su excepcional sen­tido figurativo y la óptima calidad de la fotografía, que en su composición y calidades luminosas revela la inspiración de gran­des modelos pictóricos. Cuando el cine danés naufrague durante la primera guerra mundial, para no volver a recuperarse jamás, quedará Dreyer como figura solitaria realizando, en su patria o fuera de ella, unas películas extraordinariamente personales que son, a la vez, reflejo de las inquietudes místicas que laten sote­rradas en el complejo acervo cultural nórdico.  







Cineasta danés, es un nombre propio en el cine y uno de sus más grandes creadores, innovó en los usos del primer plano en Juana de Arco, una de sus obras maestras junto a Dias de Ira, La palabra, Gertrud, Vampyr. Sus películas ofrecieron imágenes inolvidables y es maestro en el desarrollo de emociones, del drama existencial, el realismo psicológico, la expresividad de su cine lo convierte en un gran artista.



Peliculas en Filmoteca:


El Presidente   (Paesidenten, 1918)
Páginas del libro de Satán   (Blade af Satans bog, 1919)
La viuda del pastor   (Prästänkan, 1920)
Los marcados   (Die Gezeichneten, 1921)
Érase una vez   (Der var engang, 1922)
Deseo del corazón - Michael   (Mikaël, 1924)
El amo de la casa   (Du skal ære din Hustru, 1925)
La novia de Glomdal   (Glomdalsbruden, 1925)
La Pasión de Juana de Arco   (La passion de Jeanne d´Arc, 1927)
La bruja vampiro - La extraña aventura de Allan Gray   (Vampyr - Der Traum des Allan Grey, 1932)
Días de Ira   (Dies Irae - Vredens Dag, 1943)
Dos personas   (Två Människor, 1944)
La palabra   (Ordet, 1955)

Gertrud    (Gertrud, 1964)



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