Charles
Chaplin
En el gris y triste East End londinense vino
al mundo Charles Spencer Chapan, en 1889, en el seno de una humilde familia de
actores judíos. Su infancia estuvo repleta de amarguras sin cuento. Perdió a
su padre, bebedor empedernido, cuando contaba sólo cinco años de edad,
precisamente el mismo año en que el pequeño Charlie debutó en un escenario. La
penosísima situación económica de su madre les obligó a trasladarse al
tristemente célebre barrio de Lambeth. «Vivíamos en una miserable habitación
—escribe su hermano Sidney— y con frecuencia nos encontrábamos sin nada que
comer; ni Charlie ni yo teníamos zapatos. Recuerdo todavía que nuestra madre
se quitaba los suyos para prestárnoslos a uno de nosotros, cuando teníamos que
ir a mendigar la "sopa popular", única comida que recibíamos en todo
el día.» Su madre enloqueció y tuvo que ser encerrada en un manicomio, mientras
Charlie era internado en el asilo de Hanwell.
Esta infancia trágica no se borrará
fácilmente del recuerdo del artista: «Todo está en mi memoria —escribe
Chaplin—: aquel Lambeth que yo dejé, su miseria y su mugre.» Dolorosos
recuerdos que luego tomarán cuerpo en sus cintas, y en especial en su primer
largometraje, El pibe (The kid, 1921),
evocación de los días de su
temprana lucha por la vida, sus correrías por Lambeth y las amargas jornadas
sin nada que llevarse a la boca.
De su madre adquirió Chaplin su primera
formación artística y su sentido de la pantomima, que, espoleado por la
necesidad, tuvo ocasión de practicar en algunos teatruchos de variedades y music-halls
londinenses, utilizando el seudónimo «Sam
Cohén, cómico judío». Este mundo entrañable de las tablas y las candilejas,
con sus miserias y grandezas, alimentará el espíritu de Chaplin cuando
nuevamente en Inglaterra resucite el mundo londinense del espectáculo de la
primera anteguerra, en Candilejas
(1952).
Chaplin había comenzado tímidamente su
carrera de actor, pero en 1907 consiguió ser contratado por Fred Karno,
director de una importante compañía de pantomima, tradicional especialidad
escénica inglesa. Con sus actuaciones en la troupe
de Karno se inició una nueva etapa en la vida
de Chaplin, de mayor estabilidad económica y decisivo perfeccionamiento
artístico.
Las giras de la compañía le llevaron a los
Estados Unidos y en uno de estos viajes, en 1913, se produjo el decisivo
descubrimiento de Chaplin para el cine, al ser elegido por Adam Kessel y Mack
Sennett para cubrir la baja del actor Ford Sterling en la recién fundada
productora Keystone.
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El contrato que firmó Chaplin con la Keystone estipulaba que haría
una película de un rollo de 300
metros (quince minutos) cada semana, en una jornada de
trabajo. Sennett puso al actor inglés en manos de otro emigrado, el austríaco
Harry Lehrman, antiguo conductor de tranvías al que se le conocía con el sobrenombre
burlón de «Pathé Lehrman», porque presumía (sin ser cierto) de haber sido en
Europa uno de los puntales del productor Charles Pathé. Lehrman dirigió, pues,
a Chaplin en su primera película, Haciendo por la vida
(Making a living, 1914), en la que el
actor aparecía no como el característico vagabundo que se hizo más tarde
célebre, sino como gentleman elegante,
de bigote espeso, monóculo y sombrero alto, en la línea trazada por Max
Linder. En Carreras de autos
para niños (Kid auto races at Venice, 1914)
aparecieron los primeros rasgos de su indumentaria, aunque no todavía su
bastón de caña. En su tercera película Aventuras
extraordinarias de Mabel (Mabel's strange predicament 1914)
inaugura su típico viraje sobre un pie al doblar una esquina.
La personalidad independiente de Chaplin
pugna por surgir, escapando de la ferocidad y el esquematismo cómico que impone
Sennett a sus creaciones. Las divergencias de criterio enfrentaron en más de
una ocasión a ambos artistas, pero a partir de Charlot
camarero (Caught in a
cabaret, 1914), su duodécima
película pero su primera obra importante, Sennett otorga cierta autonomía al
actor inglés, permitiéndole actuar también como director, con la colaboración
de Mabel Normand. De todos modos, las treinta y cinco películas que Chaplin
interpretó para la Keystone no desarrollaron al
máximo sus posibilidades, sino que se limitaron a evidenciarlas en forma
embrionaria, atenazadas todavía por la concepción disparatada y destructiva de
las Keystone
Comedies.
Concluido el contrato con la Keystone , la productora Essanay
le contrata (1915) para realizar catorce
películas de dos rollos (600
metros ). Es en este período cuando empieza a cimentarse
su fama, con el sobrenombre de Charlot (o Carlitos, en varios
países latinoamericanos) e impone su mundo poético personal, con elementos tan
constantes en su mitología como la bella ingenua que enciende el corazón de
Charlot (Edna Purviance, descubierta por Chaplin), o el señor grande, gordo e
irascible, con frecuencia barbudo, el primero de los cuales fue Bud Jamison, antiguo prestidigitador
también descubierto por Chaplin. La película más ambiciosa de la serie Essanay
fue Carmen (1916),
parodia de las lujosas versiones de Theda Bara y Geraldine Parrar, con la que
Chaplin se mofa de este presuntuoso Hollywood, incipiente reino de estrellas,
que ventila su mal gusto de nuevo rico.
Pero al finalizar la etapa Essanay
Chaplin se ha convertido también en una
estrella, altamente cotizada en el mercado de valores cinematográficos. Por
eso el contrato que firma con la Mu tual
en 1916 estipula que realizará doce films
cobrando 670.000 dólares anuales. El sueldo es alto, pero las películas de
Chaplin le supondrán a la Mutual un negocio redondo:
costaron en total 1.200.000 dólares, los distribuidores pagaron cinco millones
por ellas y las salas de exhibición ingresaron, hasta el año 1925, 25 millones
de dólares. La etapa creadora de la
Mutual y de la First
National
(1918-22) marcaron la decisiva consagración artística de Chaplin,
convirtiéndose en el primer mito universal creado por el nuevo
arte, con la talla de Edipo, Hamlet o Barba Azul.
La trascendencia del vagabundo romántico de
sombrero hongo y grandes zapatos radica en la incorporación de una cálida
dimensión humana al mundo de los estrafalarios muñecos creados por Sennett. En
su visión de la sociedad conserva Chaplin el feroz sentido satírico de su
maestro, que le hace dinamitar sistemáticamente las llamadas «instituciones
respetables», pero añade además una apremiante llamada al amor y a la
fraternidad humana. Por eso sus películas son siempre polémicas, acusadoras:
el policía de la esquina, enemigo y perseguidor de Charlot, en
El
evadido (The adventurer, 1917),
el funcionario que, a la vista de la estatua de la Libertad , coloca una
cadena en tomo a los emigrantes como si se tratase de reses, en El emigrante
(The inmigrant. 1917). La absurda
crueldad de la guerra y la sinrazón del heroísmo en Armas al hombro
(Shoulder arms, 1918), la mojigatería
religiosa, puritana e hipócrita, en El peregrino
(1922)...
Todo un
catálogo de los males y miserias del mundo aflora a lo largo de la filmografía
de Chaplin, que utiliza el humor como arma corrosiva, al tiempo que en su
natural complejidad psicológica —no olvidemos que es el primer auténtico hombre creado por el cine—
expone la insaciable ansia de amor, justicia y paz que, mezclada en la
contradictoria selva de instintos e ideales que anima todo ser humano, brota
continuamente a través de sus actos.
El sentido crítico del humor de Chaplin,
nacido de la reflexión y del cuidadoso estudio de la realidad, queda patente
en este autoexamen de sus métodos de trabajo, que revelan a la vez su profundo
conocimiento de la estructura psicológica del hombre:
“El
hecho sobre el que me apoyo, más que sobre cualquier otro, es el de poner al
público frente a alguien que se encuentra en una situación ridícula o difícil
—escribe Chaplin—. El solo hecho de que un sombrero vuele, por ejemplo, no es
risible. Sí lo es ver a su propietario correr detrás, con los cabellos al aire
y los faldones de su levita flotando. Toda situación cómica está basada en eso.
Los films cómicos han tenido un éxito inmediato porque la mayor parte de ellos
presentaban a agentes de policía que caían en alcantarillas, tropezaban en los
cubos de yeso y sufrían mil contratiempos. He aquí a las personas que representan
la dignidad del poder, frecuentemente muy imbuidas de semejante idea, y la
visión de sus desventuras provoca mayores deseos de reír en el público que si
se tratase de simples ciudadanos”.
“Todavía
más graciosa es la persona ridícula que, a pesar de eso se niega a admitir que
le ocurran cosas extraordinarias y se obstina en conservar su dignidad. El
mejor ejemplo está suministrado por el hombre ebrio que quiere convencernos
muy dignamente de que está sereno. Por esto, todos mis films descansan en la
idea de ocasionarme apuros, para aparecer terriblemente serio, en mi tentativa
de comportarme como un caballero muy normal. Por eso es por lo que al
encontrarme en tan enojosa postura, mi preocupación consiste siempre en
recoger inmediatamente mi bastón, enderezarme el sombrero hongo y ajustarme la
corbata, aunque acabe de caer de cabeza. Estoy tan seguro en este punto, que
trato no sólo de ponerme yo mismo en situaciones difíciles, sino que cuido de
colocar también en ellas a los demás”.
“Cuando
obro así, me esfuerzo siempre en economizar mis medios. Quiero decir con esto
que si un acontecimiento puede provocar por sí solo dos carcajadas separadas,
es preferible a dos hechos separados. En El evadido lo consigo
colocándome en un balcón donde tomo un helado con una joven. En el piso de
abajo hay una dama robusta, respetable y bien vestida, ante una mesa. Entonces,
mientras me como el helado dejo caer una cucharada que se desliza por el
interior de mi pantalón y, desde el balcón, va a caer al cuello de la dama, que
aulla y se pone a saltar. Un solo hecho ha servido para poner en compromiso a
dos personas y ha provocado dos carcajadas”.
“Por
sencillo que esto parezca, hay dos elementos de la naturaleza humana que son
alcanzados por este hecho: el uno es el placer del público al ver la riqueza y
el lujo en ridículo; el otro consiste en la tendencia del público a
experimentar las mismas emociones que el actor en la escena y en la pantalla.
Una de las verdades más rápidamente apreciadas es la de que el pueblo, en
general, se divierte al ver que las personas ricas llevan la peor parte. Esto
proviene de que las nueve décimas partes de la humanidad son pobres e
interiormente envidian la riqueza de la otra décima parte. Si, por el
contrario, hubiera hecho caer el helado en el cuello de una pobre doméstica, en
lugar de la risa hubiera provocado la simpatía hacia la mujer. Del mismo modo,
no teniendo una doméstica ninguna dignidad que perder, este hecho no hubiera
sido gracioso. Dejar caer el helado en el cuello de una mujer rica supone, para
el público, darle lo que merece”.
Chaplin es un buen conocedor de los resortes
psicológicos de la risa. Pero la risa no es incompatible con la ternura, que
aflora también en todas las obras de este artista, ácido y romántico a la vez, heredero
del idealismo altruista del Quijote y del materialismo hedonista de Sancho.
Chaplin perseguirá tenazmente a través de sus obras la esperanza de una vida
mejor, legando a la historia del cine unas creaciones de una calidad humana
imperecedera. Durante la etapa del cine mudo será, junto con Erich von Stroheim, uno de los pocos
portavoces de las aspiraciones más nobles del hombre en el endurecido y
metalizado corazón de Hollywood, que se ha convertido ya en presa de los
grandes bancos y de vastas operaciones financieras.
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