Si tuviéramos que resumir la compleja
aportación de Georges Méliés al arte del cine, difícilmente encontraríamos
palabras más justas que las utilizadas para encabezar su catálogo americano de
1903. Decían así: «Georges Méliés ha sido la primera persona que ha realizado
películas cinematográficas con escenas artificialmente
preparadas y mediante esta innovación ha dado nueva vida a un comercio
agonizante. Ha sido también el creador de películas con temas fantásticos o
mágicos y sus obras han sido imitadas después, sin éxito, en todos los países.»
En efecto, si Edison fue quien primero
impresionó una película cinematográfica y los Lumiére quienes hicieron posible
su proyección sobre un lienzo, a Méliés le cupo el mérito de crear con ello una
nueva forma de espectáculo popular, incorporando al cine la puesta
en escena de origen teatral. Es
cierto que este peso teatral —el lastre del «teatro filmado»— gravitará todavía
durante bastantes años sobre el cine francés, llegando a ser funesto, pero no
hay que olvidar que su saludable y generosa inyección de fantasía abrió amplísimas
perspectivas a un invento que, en manos de los Lumiére, estaba pereciendo por
su cortedad imaginativa y escasez de repertorio, que le alejaban del interés de
las masas una vez satisfecha su curiosidad inicial. Méliés se enfrentó con el
cine con la misma inquietud que un niño ante un juguete nuevo y complicado.
Exploró sus entrañas, descubrió muchos de sus secretos y experimentó largamente
con sus fascinantes recursos, creando una colección de joyas cinematográficas
repletas de ingenio y espontaneidad y arrancando al cine del punto muerto
artístico y comercial en que se hallaba sumido.
Los Lumiére, científicos de severa estirpe
positivista, habían hecho nacer al cine como aparato reproductor
de la realidad, ignorando que, más allá de
sus sobrias escenas documentales, podía caber un mundo de dislocada fantasía.
Al realismo y naturalidad del aire libre,
Méliés opuso la elaboración artificiosa del estudio, la puesta en escena
teatral y el trucaje de ilusionista. He aquí los dos polos antitéticos entre
los que se moverá en adelante toda la historia del cine: realismo y fantasía.
Entre estos dos caminos radicalmente opuestos cabía una síntesis, una simbiosis
superadora. Fruto del encuentro entre el naturalismo de Lumiére y la
imaginación creadora de Méliés nacerá en otras latitudes, como superación
dialéctica, una nueva y prometedora forma expresiva.
Estamos
viviendo, todavía, la protohistoria de un arte.
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